Lamentable que la coyuntura electoral del momento no haya servido para que la mayoría del pueblo colombiano, y en especial aquellos que han estado en oposición a los tradicionales partidos políticos (incluidos sus montones de engendros), hicieran una reflexión sensata sobre el origen, naturaleza y evolución del conflicto interno colombiano.
Ante la disyuntiva que presentan
las candidaturas entre las que se definirá la presidencia de la república el próximo
15 de Junio, la inmensa mayoría de quienes no están alineados (o alienados?)
ideológicamente con los dos candidatos se enfrentan al dilema de si deben votar
por la continuación de las negociaciones de paz con las FARC o por el
recrudecimiento de la guerra.
El dilema pierde fuerza y
sentido si se tuviera claridad sobre quien ha sido y sigue siendo el enemigo real
del establecimiento durante el largo y crudo conflicto que ha azotado al país;
y con base en esa claridad, identificar quien es realmente la contraparte en las
negociaciones de paz que se desarrollan en La Habana.
Es un avance que en un importante
sector de la opinión pública haya empezado a permear el reconocimiento de que
el conflicto interno tiene sus orígenes en la injusticia social, la inequidad
en la tenencia y propiedad de la tierra, la explotación despiadada de los
recursos naturales en beneficio de intereses externos, y en la represión y
violencia ejercida por el estado como mecanismo para contener y reprimir cualquier
signo de levantamiento popular.
No obstante, lo que la inmensa
mayoría de la sociedad civil ignora o no entiende a cabalidad es que la
guerrilla surge de ese sector rural de población reprimida y explotada, en
respuesta a la persecución, despojo, represión, e incluso asesinatos a que han
sido víctimas por parte del aparato militar y paramilitar estatal operando al
servicio de las clases dominantes.
La distorsión en la comprensión del
origen y naturaleza del conflicto se debe a la maquinaria propagandística del
establecimiento y sus medios serviles, la cual ha sido muy efectiva en su
objetivo de vender a la guerrilla como el único enemigo del estado; y mas llanamente
expuesto, como el enemigo del pueblo, de la paz y la democracia. Esa propaganda
sumada a la propaganda aún más agresiva y sistemática de estigmatización y
satanización de las guerrillas identificándolas como las únicas responsables de
los crímenes y en general de la violencia que ha azotado al país durante los
últimos 50 años, ha calado tanto que una gran parte de la sociedad civil repudia
y odia a la guerrilla, incluso más que las clases dominantes que han sido también
objetivo de sus ataques como quiera que son esas elites las que determinan como
se alterna el poder y reparte el patrimonio nacional.
Tan efectiva ha sido la
propaganda oficial, que el efecto distorsionador del conflicto y estigmatizador
de la guerrilla no solo ha calado entre sectores de la sociedad civil de
grandes centros urbanos que poco o nada han sido afectados por la guerra, sino entre
sectores rurales que viven sumidos en la miseria, marginados y que hasta son
victimas de la violencia estatal.
Ese acondicionamiento mental es
lo que impide reconocer que las negociaciones de paz en curso no es un proceso
entre el Estado y un grupo guerrillero, sino entre el Estado y el grueso del
pueblo colombiano que histórica y sistemáticamente ha sido victimizado,
despojado, violentado y excluido desde la misma época colonial. Con la mal
llamada independencia lo único que cambio fue el origen de los que usurparon el
poder; ya no eran designados por la corona española sino hijos de las elites
criollas empoderadas políticamente y enriquecidas por sus conexiones con los representantes de la
corona.
Desde esta perspectiva, lo
reconozcamos o no, o nos guste o no, las FARC son el interlocutor de esa gran
mayoría del pueblo colombiano en las negociaciones que se adelantan en la
Habana. Lo que se esta negociando no es la paz, la paz no se negocia, lo que se
negocia son reformas políticas, económicas y sociales que den solución a las
causas que originaron el conflicto y a las ramificaciones que han surgido
durante los 50 años de guerra.
"Todas las modalidades de muerte han sido practicadas y todas las modalidades de sufrimiento han sido padecidas en Colombia"
— Kiwe Nasa (@KiweNasa) June 1, 2014
Los puntos de la agenda que se esta discutiendo
en La Habana no cubrirán todas las reformas que se necesitan, pero si las que
se acuerden se implementan, tal vez el fin de la confrontación armada sea el
inicio de una etapa de vida en paz y con justicia social para todos los colombianos.
Así que el voto por Santos no es
para re elegirlo como presidente sino para mantenerlo sentado en la mesa de
negociaciones. Muchos tenemos muchas reservas sobre las verdaderas intenciones
y motivaciones que tuvieron Santos y sus patrones locales y extranjeros para
iniciar los diálogos, pero con una agenda que muestra avances en tres de los 5
puntos, con mas de dos años de negociaciones formales y con una comunidad
internacional (no la misma de la que habla el gobierno de los EEUU) vigilante y
esperando resultados, al gobierno de Santos le quedará muy difícil cambiar de
curso o acudir a tácticas de terrorismo de estado para responsabilizar a las
FARC y así justificar la cancelación de los diálogos.
No hay que pensar que votar
por Santos es un acto de aprobación de sus políticas neoliberales depredadoras.
El representa lo mas rancio de las oligarquías
y mafias políticas y empresariales que se han lucrado del conflicto; es
el representante de los enemigos del pueblo colombiano, y por eso mismo es que
debemos impedir que se levante de la mesa de negociaciones. Santos es el
enemigo del pueblo mas prominente que ha aceptado sentarse a negociar y buscar
salidas políticas al conflicto colombiano, de ahí el imperativo de impedir que
se levante de la mesa de La Habana. Y eso solo es posible si continua como
presidente.