Aun con la borrachera viva y el júbilo triunfalista por las nubes por el asesinato de Jorge Briseño, el presidente Santos declara que Colombia ya es un país próspero y en paz. En su alocución con el parte de “victoria” no se canso de repetir la palabra “narcoterroristas” para referirse a los insurgentes que han tomado el camino de las armas como la única opción para presionar al establecimiento hacia una transformación real de la crisis social, económica y política que atraviesa el país.
Como si los denominados “narcoterroristas” no estuvieran sino del lado de la izquierda rebelde. Santos no solo engaña al país sino a la comunidad internacional al pretender ignorar a los “narcoterroristas” de la extrema derecha enquistados y con inmenso poder dentro de todas las estructuras del narcoestado colombiano, revitalizado durante la ultima década por su mentor Alvaro Uribe.
Podrán asesinar hasta el último guerrillero, pero mientras los narcoterroristas que hoy manejan el país no sean también abatidos o judicializados, el país no saldrá del circulo de violencia, criminalidad, miseria, injusticia, impunidad, sometimiento al imperio gringo e inequidad social en que gira desde hace su misma mal llamada independencia.
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