miércoles, 22 de julio de 2015

Re escribiendo la historia del Plan Colombia

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Muchas son las mentiras y verdades a medias que el gobierno de EEUU y sus gobernantes títeres colombianos han difundido durante las ultimas décadas sobre la guerra contra las drogas, la guerra contrainsurgente y sobre las buenas intenciones de la “ayuda” norteamericana para enfrentar esas guerras.  



El plan de asistencia norteamericana del que mas se comenta en los últimos años es el “Plan Colombia”, cuyos “exitosos resultados” son vendidos como un ejemplo a replicar no solo en la región sino en el mundo entero. La maquina de propaganda que hace parte del plan no descansa en su intento por presentar a las fuerzas militares colombianas como modelo en la lucha contra el “narcoterrorismo”, a tal extremo que hasta se ha planteado que participen en las guerras que EEUU libra contra el mundo musulmán.

  

Los miles de crímenes mas atroces que las fuerzas militares han cometido contra sus propios ciudadanos son ocultados o burdamente manipulados siguiendo los libretos formulados por los señores de la guerra norteamericanos, quienes son los que realmente trazan las políticas militaristas en Colombia, lo cual les da el control y comando absoluto sobre todas las fuerzas armadas y por añadidura del estado en conjunto.



En un reciente articulo publicado la ultima semana en el portal NACLA (North America Congress on Latinamerica) el reconocido periodista e investigador Steven Cohen hace un profundo analisis de esa cadena sistemática de mentiras y propaganda que se ha tejido alrededor de la mal llamada “ayuda” norteamericana, especialmente alrededor de la justificación y logros del Plan Colombia.



Como era de esperar, el articulo no mereció ni siquiera un comentario suelto dentro de los medios prepagos colombianos, mucho menos que, aun sin ningún análisis, sea reproducido íntegramente y publicado en Español.



El articulo debería ser de obligada lectura para todos los colombianos, así que a continuación lo publicamos traducido al idioma Español.
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Re escribiendo la Historia del Plan Colombia

Afiche en contra del Plan Colombia. Foto tomada de la cuenta en Flickr de Daniel Lobo bajo licencia Creative Commons.

El falso discurso de un general de 5 estrellas sobre el éxito del plan ignora los crímenes y la impunidad del ejercito colombiano, y absuelve a los EEUU por la promoción sistemática de violaciones de derechos humanos.

El articulo de opinión del general del ejercito Estados Unidos John F. Kelly publicado en Mayo en el Miami Herald paso en gran parte desapercibido ante la opinión publica. No obstante, los últimos acontecimientos hacen que el cinismo revelado en el articulo sea muy difícil de ignorar.

El editorial del general Kelly lo que pretende es extrapolar a otros frentes lecciones destacadas de las acciones militares del gobierno colombiano contra la insurgencia guerrillera del país. Específicamente, Kelly afirma que el Plan Colombia, el paquete de ayuda militar de US $ 9 billones aprobado en 2000, "nos muestra la manera" de derrotar al Estado Islámico (ISIS), que según él representa un “desafío similar [a la guerra contra las FARC] para los Estados Unidos y su aliados."

A primera vista el artículo no es mas que una retorica predecible de banalidad y adulación, lo cual no sorprende ya que la persona que lo escribe es el comandante del Comando Sur (SouthCom). Pero obviamente, el articulo esta lleno de mentiras, verdades a medias y elogios sin sentido, y en nada se aparta de lo que ha sido el libreto oficial de Washington.

Alex Lee, el subsecretario del Departamento de Estado para América del Sur y Cuba, y Bernie Aronson, el enviado especial de Estados Unidos a las conversaciones de paz que adelanta el gobierno de Colombia con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), hicieron también similares elogios frente al Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes de EEUU hace apenas un mes. Y el gobierno de Obama en general no ha sido adverso pues ha pasado por alto violaciones de derechos humanos y a exagerado el progreso económico en Colombia - especialmente cuando se trata del nefasto Acuerdo de libre Comercio entre Estados Unidos y Colombia, al cual el Sr. Obama se opuso firmemente en su campaña de 2008 pero que apoyó una vez fue elegido presidente.

Las relaciones de Estados Unidos con Colombia son, como dice el general Kelly, "especiales". Fuera de la región conocida como Gran Medio Oriente, ningún país ha recibido más ayuda y entrenamiento militar en las últimas tres décadas. No obstante, como para la mayoría de los colombianos el gobierno no es "un gobierno fuerte, responsable, que protege a sus ciudadanos, que defiende la ley, que combate la corrupción, y que amplía las oportunidades económicas para todos", una cierta dosis de relaciones publicas es necesaria. El editorial de Kelly no es el único ejemplo de relaciones publicas ni el más notorio. El ex presidente de Colombia, Álvaro Uribe Vélez ha sido acusado de todo, desde crímenes contra la humanidad hasta de repartir licencias a pilotos del Cartel de Medellín. Y aun así, en el 2008, George W. Bush le dio la Medalla Presidencial de la Libertad.

El general Kelly nunca ha podido soportar con hechos su premisa inicial, pero eso tampoco es de extrañar. Si de hecho "sabemos como ganar" la lucha contra el Estado Islámico - y cualquiera que haya escuchado a los neoconservadores y fantasiosos geopolíticos que están en el campo primario presidencial republicano se vería en apuros para decir "nosotros" – ese conflicto no lo resolveremos mediante el estudio de un conflicto que se ha prolongado durante más de medio siglo en las selvas de América del Sur. El mismo titular del artículo, "la determinación de Colombia merece apoyo," parece mas bien una petición del general Kelly para que se siga apoyando a uno de nuestros "amigos y aliados más fuertes y más firmes," que un interés por compartir conocimientos tácticos con el público estadounidense.

Eso nos permite descubrir el verdadero propósito del general Kelly, el cual deja entrever luego de una racha de clichés que no son particularmente nuevos. Colombia, escribe el general, "nos ha enseñado que la batalla por el discurso es tal vez la pelea más importante de todas." Esta frase es prácticamente el reconocimiento de que su editorial no es mas que un bombardeo incesante de desinformación deliberada.

El mes pasado, la reconocida organización internacional de Derechos Humanos Human Rights Watch (HRW) publicó un informe de 95 paginas titulado “Bajo su Supervision” (“On their Watch”, en Ingles) el cual debería eliminar cualquier duda sobre la malicia implícita en las intenciones del general Kelly. Luego de realizar entrevistas durante meses y analizar investigaciones en profundidad, los autores del informe concluyeron: "Hay abundante evidencia que indica que un gran numero de altos oficiales del ejército son responsables" de la práctica criminal militar conocida como los "falsos positivos".

Los falsos positivos es un eufemismo, un escudo inocuo que incluso suena técnico para un fenómeno que el director de HRW para las Américas, José Miguel Vivanco ha caracterizado como "uno de los peores episodios de atrocidad masiva en el hemisferio occidental en los últimos años." Que el termino haya pegado, y que incluso las personas que entienden lo que realmente significa todavía lo utilicen, es sólo un testimonio de la capacidad que el general Kelly y compañía tienen para dictar los términos del discurso sobre la "batalla."

Lo que los falsos positivos realmente implican es el asesinato a sangre fría de civiles con fines lucrativos y de ganancias políticas que obedece a una estrategia militar sistemática y que permite inflar las estadísticas presentando civiles inocentes ejecutados como si fueran rebeldes muertos en combate. A menudo, las unidades involucradas en esta práctica – es decir, prácticamente todas las brigadas del Ejército de Colombia – dirigieron sus acciones a los elementos más vulnerables de la sociedad: los pobres, los adictos a las drogas, y los discapacitados mentales. En algunos casos, los soldados recibían cadáveres frescos de parte de los escuadrones de la muerte derechistas [paramilitares] y los vestían con uniforme de guerrilleros. Esta practica de barbarie era explícitamente incentivada con bonos, vacaciones pagadas y promociones y como mínimo tuvo que ser tolerada por los más altos niveles del ejercito y de la presidencia.

Nunca nadie ha señalado a la justicia colombiana de ser una de las "instituciones fuertes" como el general Kelly afirma; de hecho, los falsos positivos son un estudio de caso bastante representativo de su ineficiencia. Según el informe de HRW, los fiscales están evaluando unos 3.000 presuntos casos de falsos positivos y ejecuciones extrajudiciales cometidas entre 2002 y 2008. (En 2014, un importante informe de la organización estadounidense Movimiento de Reconciliación (Fellowship of Reconciliation) registró 5.763 presuntos casos entre 2000 y 2010.) De los aproximadamente 800 soldados hasta ahora condenados, ninguno pasa de tener el rango de coronel. El Fiscal General de Colombia anunció recientemente que 22 generales están siendo investigados por su papel en los asesinatos, pero ningún general ha sido acusado formalmente hasta la fecha, y hay pocas razones para creer que alguno lo sea pronto.

Este escepticismo en parte se debe al hecho de que tres de los cinco comandantes de brigada en las que ocurrieron el mayor número de falsos positivos han sido ascendidos como comandantes generales del Ejército de Colombia, entre ellos el general Jaime Lasprilla Villamizar, quien muy silenciosamente se retiró el mes pasado. Álvaro Uribe, el ex presidente de línea dura que formalizó la estructura de incentivos por falsos positivos e inicio la política de guerra del ejercito basada en resultados, ahora como senador y el líder de un partido importante de oposición defiende esa política criminal calificando las investigaciones de los crímenes de guerra militar como una forma de terrorismo político. Juan Manuel Santos, cuyo mandato como ministro de defensa coincidió con el resurgimiento más dramático de incidentes, es ahora el presidente del país.

Con poco personal y con exceso de trabajo, la Oficina del Fiscal General ha administrado muy mal los recursos y no ha podido coordinar sus investigaciones de falsos positivos. Los fiscales se enfrentan a la obstrucción de un ejercito recalcitrante, que cree ser víctima de una "guerra judicial", de una gran conspiración de guerrilleros infiltrados y de organizaciones no-gubernamentales y periodistas simpatizantes con terroristas que trabajan para desacreditar los grandes logros de la era Uribe. Y los soldados que se atreven a hablar enfrentan  amenazas y represalias violentas - presumiblemente por parte de esos elementos corruptos del ejercito que, según el general Kelly, no han "asimilado la formación en derechos humanos." La respuesta del gobierno de Santos se ha limitado a presionar repetidamente la aprobación de "reformas" al fuero militar que permitirán transferir la jurisdicción sobre los falsos positivos al sistema de justicia militar, en donde han sido y serán tratados con total impunidad.

La única conclusión que puede derivarse de este triste estado de cosas es que el gobierno colombiano no tiene capacidad ni la voluntad política para cambiar o cuestionar ese fanatismo por la criminalidad que los Estados Unidos han fortalecido durante las últimos décadas. Después de la farsa que resultó ser la desmovilización de los paramilitares negociada con el gobierno de Uribe en 2006, han aparecido nuevos grupos de paramilitares, los cuales continúan aterrorizando a los sindicalistas, a periodistas y a líderes de las comunidades en la mayor parte del país. La conexión "para-política" de las clases pudientes, mafiosos y extremistas reaccionarios que apoyaron la ascensión de Uribe a la presidencia continua en gran medida intacta. Y la Ley de Victimas del señor Santos ha servido más para legitimar la apropiación de tierras más grande en la historia de Colombia que para reparar a las más de seis millones de víctimas del desplazamiento interno forzado en Colombia, la segunda más grande población de desplazados en el mundo.

Gran parte de las pruebas presentadas por HRW no eran aun publicas pero las contundentes denuncias que se detallan en el informe eran conocidas desde hace años. Lo que significa que, a menos que todos esas prácticas criminales se ajusten a la definición del general Kelly de un "militar profesional comprometido con la protección de los derechos humanos y el apoyo a una paz justa e igualitaria", el comandante militar estadounidense responsable de América Latina está haciendo el papel de vocero de la propaganda en defensa de algunos de los más atroces criminales de guerra en la región.

El Plan Colombia, por supuesto, no ha pasado de ser un ejercicio continuo de encubrimiento de esta clase de complicidad y falsedad deliberada. Vendido originalmente en el 2000 como una iniciativa contra las drogas y más tarde rebautizado como el frente occidental en la guerra global contra el terrorismo de la administración Bush, el paquete de ayuda militar de mas de US$9.000 millones ha tenido como objetivo fundamental la contrainsurgencia, un excusa barata que le da nueva vida a ese vestigio caro y letal de la guerra fría. Como era de esperar, el Plan Colombia ha fracasado en cada uno de sus objetivos declarados - por ejemplo, no ha afectado el precio ni la disponibilidad de cocaína en los Estados Unidos - pero eso no ha impedido que los funcionarios estadounidenses se aferren a todos sus peores elementos o promocionen la operación en conjunto como una gran historia de éxito regional. ("Milagro" fue la palabra utilizada por el general Kelly durante una entrevista el año pasado.)

Cuando se escucha al general Kelly y compañía uno pensaría que el único objetivo del plan era "forzar a que el adversario se siente en la mesa de negociaciones." Ese adversario, decía Kelly en la entrevista de 2014, han sido "los mayores violadores de los derechos humanos en el planeta" durante "los últimos 25 años."

Perdido en algún lugar de la batalla propagandística esta el hecho de que, durante los últimos 25 años, las FARC no han sido ni siquiera los mayores violadores de los derechos humanos en Colombia. Además, el consenso entre los analistas serios es que el Plan Colombia fue uno de los principales factores que contribuyó a la ruptura de las negociaciones anteriores del gobierno con los rebeldes. Si el general Kelly hubiese entendido que su misión era "trazar el camino hacia la paz", no habría publicado su incendiario artículo de opinión cuando lo hizo: en un momento en el que el proceso de paz, luego de dos años y medio de negociaciones, estaba tambaleando y cuando los delegados estaban preparados para abordar el tema de la justicia transicional que se aplicaría no solo a los rebeldes de las FARC que "desplazaron inocentes y destruyeron medios de subsistencia a lo largo y ancho del país" sino también a los miembros de las fuerzas armadas colombianas que hicieron lo mismo, sólo que a una escala más grande.

En esta fase final de re encauche del Plan Colombia como un faro de la paz es necesario que la representación de los falsos positivos - cuando ya no se puede evitar que se mencionen – sea considerada mas como una aberración que como una táctica militar centralizada e indicativa de una lógica de guerra total mucho más penetrante. No importa que cables de la embajada de EEUU revelen que funcionarios estadounidenses estaban al tanto de la " mentalidad de conteo de cuerpos" por parte de los militares colombianos desde 1994, mucho antes del gran incremento en la ayuda y del entrenamiento que llego con el Plan Colombia. Una muestra pequeña revela que los comandantes que fueron entrenados en la tristemente célebre Escuela de Las Americas del Ejército de Estados Unidos (SOA, ahora el Instituto del Hemisferio Occidental para la Cooperación de Seguridad - WHINSEC) han demostrado ser significativamente más propensos a comandar múltiples asesinatos como los falsos positivos.

En cualquier caso, las primeras y escandalosas revelaciones de los falsos positivos no fueron suficientes para que el Departamento de Estado congelara la ayuda a los militares colombianos por no respetar los derechos humanos. Tampoco lo fueron los informes persistentes y bien documentados sobre la colaboración entre el ejercito y escuadrones de la muerte de derecha [paramilitares], una alianza que incluso pudo haber sido la política oficial prescrita originalmente para todo el periodo de duración del Plan Colombia.

De acuerdo con un informe anterior de HRW, fue la reorganización que la CIA hizo en 1991 a la inteligencia colombiana la que "dio lugar a la creación de redes asesinas que identificaban y asesinaban a civiles sospechosos de apoyar a a los guerrilleros." Durante los siguientes 15 años esos grupos paramilitares montados por el estado asesinaron, violaron, torturaron, y desaparecieron a decenas de miles de personas y desplazaron violentamente a cientos de miles más. En el momento en el que Plan Colombia entró en efecto, los paramilitares estaban tan integrados con el aparato militar de Colombia que prácticamente se constituyeron en la sexta división del Ejército, para usar una frase de otroinforme de HRW. De acuerdo con el movimiento para cerrar la Escuela de Las Americas (conocido como School of the Americas Watch or SOA Watch), el ejército colombiano tenia más graduados de la Escuela de las Américas que cualquier otro país en América Latina.

Todo esto trae a la memoria el papel de Estados Unidos en la promoción de la Operación Cóndor, el programa encubierto de rendición transfronterizo, de torturas y asesinatos implementado por las dictaduras militares del Cono Sur en la década de 1970. Y nadie que este familiarizado con las aventuras con cocaína de la administración Reagan en Centroamérica se sorprenderá al enterarse de que fueron esos mismos grupos paramilitares colombianos quienes asumieron el control de los eslabones claves del narcotráfico, luego de ayudar a Estados Unidos a rastrear y asesinar a Pablo Escobar.

"Narcoterrorismo", el pretexto del Plan Colombia, era en sí mismo un producto de la máquina de propaganda de Reagan, una alianza público-privada secreta y de dudosa legalidad diseñada para manipular la opinión pública estadounidense. Como Greg Grandin explica en su libro “El Taller del Imperio”, la Nueva Derecha Americana buscaba "reducir la política exterior a una serie de puntos de conversación cargados emocionalmente," tales como los que están esparcidos en el artículo de opinión del general Kelly como si fueran sobrados en un evento de recaudación de fondos de la Heritage Fundation. Con este fin, el gobierno de Reagan enlistó una red de cristianos fundamentalistas, charlatanes económicos y ventanillas de difusión de políticas conservadoras dentro de una campaña coordinada de guerra psicológica contra la ciudadanía estadounidense, la cual inicio a través de sus medios de comunicación.

En 1944, en su columna regular para el periódico La Tribuna de Londres, George Orwell escribió que "la historia la escriben los ganadores", un adagio ahora banal rescatado en la afirmación ingeniosa de que "nuestra única declaración de victoria es que si ganamos la guerra, contaríamos menos mentiras que nuestros adversarios." Como Grandin ha argumentado convincentemente, la contribución de Ronald Reagan más perdurable en la política exterior y la política conservadora en general, ha sido la codificación del principio opuesto.

La administración Reagan entendió, tal cual lo hizo el gobierno de Bush como parte de la preparación para la invasión a Irak, y tal como lo hace el general Kelly ahora, que la historia no es un premio amorfo que cuelga sobre el campo de batalla. Es su propio espacio de conflicto, ligada pero no determinada totalmente por las sangrientas realidades de la guerra. La pérdida de la lucha militar no implica necesariamente la entrega del territorio intelectual que se disputaba. (no es sino  preguntarle a los Hijos de Veteranos Confederados).  A menudo, el resultado de una guerra determinada es decidido por el adversario que puede decir más mentiras, más consistentemente.

El discurso de guerra colombiano no importa simplemente porque Estados Unidos tiene la obligación moral de rectificar, tanto como sea posible, el daño que ha causado en el país. Es importante porque los hechos nunca han importado, porque Colombia no es más que otro peldaño en el camino hacia el imperio, y la base que se ha establecido allí ya está liderando el camino hacia una nueva conquista.

Cualquier persona que quiera vender el Acuerdo de Asociación Trans-Pacífico sobre la base de los derechos humanos o disposiciones ambientales debería tener que explicar por qué el Plan de Acción Laboral no fue removido tan pronto el Tratado de Libre Comercio con Colombia entró en vigor. Y no lo harán. Y no lo harán por las mismas razones que el narcoterrorismo, un término acuñado por un gobierno que vendió misiles a los “mullahs” iraníes y monto el negocio de la cocaína para los "luchadores por la libertad" nicaragüenses, se podría utilizar una década más tarde como una justificación seria para una gran intervención militar de EE.UU. en el extranjero. Por las mismas razones que el Plan Colombia ya ha sido elogiado como un modelo para la desastrosa guerra privatizada contra las drogas en Afganistán y la desastrosa guerra contra las drogas a través de terceros en México y América Central.

Esto es lo que sucede cuando la verdad es la que sale perdiendo en la "batalla por la narración de los hechos." Lo que estamos viendo es que los Estados Unidos pagan ahora a tropas colombianas para que sirvan como entrenadores sustitutos de fuerzas corruptas y abusivas en América Latina y en otros lugares. El resultado es una situación en la que un ejercito que siempre ha sobresalido mas por el asesinato de campesinos que por derrotar enemigos en el campo de batalla, ahora alberga la expectativa real de cumplir un papel más amplio en el "mantenimiento de la paz internacional" hacia el futuro, tal como dice el general Kelly.

La misión militar de Estados Unidos en Colombia ha venido disminuyendo durante los últimos anos, pero la guerra por la narración de los hechos nunca ha sido más vital. Y si la historia sirve de indicador, la verdad no va a sobrevivir por si misma.

Steven Cohen is a reporter-researcher at The New Republic. A former freelance journalist and editor at Colombia Reports, his work on Colombia has appeared in ThinkProgress, The Nation, The New Republic, Vice, and others. You can follow him on twitter @SD_Cohen.
 

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